¿Oportunidad o inconformismo?
🌊 Navegar la incertidumbre, apreciar la diversidad de opciones o sentirse abrumado por todas ellas.
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¿Oportunidad o inconformismo?
Por cosas de la vida llamadas Bilbao BBK Live Festival, a inicios de julio estuve en el País Vasco y acabé trabajando de rebote en el coworking que ha montado quien fue mi primer jefe. Era la primera vez que nos encontrábamos porque el puesto era en remoto y, a pesar de la novedad, hablamos de un montón de cosas. Estábamos sentados en unos sillones con unos bordados que parecían del siglo XIX, un espejo altísimo y un mono naranja de peluche colgando del marco.
Una de las cosas buenas de viajar sin expectativas es que la no-espera convierte todo en sorpresa: la tortilla de patata, jamón y queso del desayuno, el chaparrón que te cala hasta los huesos mientras escuchas a Villano Antillano o el encuentro con los primeros compañeros de trabajo que tuve y que no esperaba conocer, al menos, en este viaje.
Mi primer jefe, D., tiene 31 años. Ha dejado varias veces su pueblo natal para conocer mundo y vivir todo aquello que no le ofrecía el sitio donde creció. Su historia, la de marcharse a buscar algo que le mueva, me recuerda a la de otros muchos. Hoy en día, las personas de veintitantos o treintaypocos estamos a la misma distancia de comprar un vuelo a Australia que de independizarnos con un amor; de pedir una ayuda para el alquiler joven como de dejar nuestro trabajo. Esa distancia, que no se asemeja ni en la cantidad de kilómetros ni en los cambios que puede ocasionar en nuestra vida, se estrecha cuando entendemos toda transformación como oportunidad. Entonces, las cosas parecen tener el mismo peso y el mismo brillo, aunque no lo comparten.
En el libro Mañana, y mañana, y mañana, de Gabrielle Zevin, la autora describe la óptica con la que mira el mundo Marx, uno de los protagonistas, así:
“Para él, el mundo era como un desayuno tipo bufé en un hotel de cinco estrellas de un país asiático; la abundancia que le ofrecía era casi abrumadora. ¿Quién no querría un batido de piña, un bollo de cerdo asado, tortilla, encurtidos, sushi y un cruasán con sabor de té verde? Todo estaba a su alcance, delicioso, cada cosa a su manera”.
A la gente de mi edad las opciones nos queman en los dedos. Puedo ser periodista, puedo ser escritora, puedo estudiar una oposición, aprender a hacer yoga, irme de retiro, pedir una beca para estudiar fuera. Puedo ser madre, puedo no serlo, puedo adoptar a un perro, comprarme un coche, teñirme de rubio o montar un negocio de mermeladas ecológicas en la montaña. Puedo vivir en Londres, en Boston o en Cádiz. Puedo ser tantas cosas como Martín Martín, ese personaje de serie de dibujos animados de La 2 que se levantaba cada día siendo alguien diferente: caballero medieval, gusano o T-Rex. Son tantas las opciones que, de verdad, queman. Y es esa quemazón la que invita al movimiento, al “y si…”, al andar; pero también a la inercia, a la inflamación, a la dinamita.
D. lo explicaba con una metáfora en nuestra conversación sentados en los sillones antiguos: “Vas a una tienda y tienen una camiseta blanca y otra negra. Estás satisfecho y no te cuesta decidir, porque no hay más opciones”. La dificultad viene después: con las camisetas de lino, las de satén, las coloridas, las de abalorios o con bordados. Si la opción da paso a la indecisión, ¿nos convierte esa amplia variedad en personas inconformistas? Sé que debería ver la diversidad como riqueza, pero a veces es abrumadora.
Leticia Vila-Sanjuán hablaba sobre el concepto “la hierba es más verde al otro lado de la cerca” en su columna ‘Vivir en contradicción’; algo que, cada cierto tiempo, repiquetea con fuerza en mi mente. Mi exjefe me decía que la cuestión está en encontrar el equilibrio, pero si miro a ambos lados veo realidades tan opuestas: amigas y conocidas que pronto darán a luz o se han casado y otras que no saben por dónde comenzar a encajar las piezas. De algunas, sin embargo, percibo cierto hastío vital.
Lo aborda la periodista Andrea Farnós en este artículo para El Confidencial. La generación Z, la mía, vive angustiada y lo peor es que no nos pasa nada. Es este hecho, la dolencia de una generación entera, el que trae consigo muchos otros: la brecha entre generaciones –de la flojera a la empatía– o los comentarios de personas con más edad que advierten que en su época también se sentían así, pero no lo comunicaban tan abiertamente como ahora.
Mi amiga María Silvia, periodista y escritora de Ecuador, me decía que no sabe descansar y que, tras el despido en una publicación estadounidense que ya no la llenaba, se ha prometido tomarse “suave” todo lo que venga. Me contaba que se siente víctima de este mundo donde todo va tan rápido y que quiere ser un “caracolito”.
Eso me recuerda a un diálogo entre dos personajes del libro Mis días en la librería Morisaki, de Satoshi Yagisawa:
–No siempre es fácil entender lo que se quiere de la vida. De hecho, entenderlo lleva toda una vida.
–Yo…creo que estoy malgastando la mía así, sin hacer nada…
–No, no creo. A veces es necesario parar. Es como una parada en un largo viaje. Imagina que has soltado el ancla en una pequeña bahía. Descansarás un poco y tu barco zarpará de nuevo.
Un barco quieto, un mar manso, un verano tranquilo para procesar todo lo que he vivido durante el curso. Esto es lo que quiero. En un momento tan frenético como el actual, la alegría de cualquier mínimo logro queda opacada por la tarea siguiente. Es algo así como trasladar la cultura empresarial al ser, transformar nuestras aspiraciones, anhelos y energía en otra tarea que tachar de la lista, mercantilizar algo tan personal. ¿En qué nos convierte eso? Supongo que en seres hiperproductivos e hiperestimulados.
Me gustaría hablar de que descubriremos nuestro camino, que no será tan complicado, que conseguiremos que la tranquilidad venza a la inquietud, pero no tengo ni la más remota idea de si será así. Si en cinco años tendremos las cosas más claras y la vida más resuelta; si lograremos ver de colores todo lo que a veces parece sepia.
Tal vez los nuevos tiempos son esto, unos con un abanico tan amplio de opciones que cuesta decidirse. Unos con un futuro tan incierto que cuesta planear. La pesadilla del indeciso. El deseo del culo inquieto. El mal de quien detesta la incertidumbre. El sueño del espontáneo. La vida de quien vive.
🍋En lo que dura un granizado
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Hasta aquí la edición veraniega de Fleet Street. La versión habitual llegará de nuevo en septiembre. Mientras, espero que descanses, disfrutes y conectes con la vibra positiva característica del verano.
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Mi agosto resumido en una portada (con algún que otro baño en la playa, mucho ventilador, algunos libros y sin gato, pero, estoy segura, en buena compañía):
¡Nos leemos (de vuelta en septiembre)! 💌
Mar
Leer esta newsletter me informa e inspira a partes iguales. Muchas gracias por tu trabajo
Pues es una realidad.
Como los tiempos que corren!!!!