Hot Takes #08: En el desguace de las novedades editoriales
Y un encuentro en el Palacio Real
Querido periodista*:
Aún me cuesta encontrar las palabras para describir lo que viví el jueves 12 de junio. Presenté un acto en el Palacio Real con la presencia de Su Majestad el Rey, el Presidente del Gobierno y otras autoridades y artistas. Celebrábamos los 40 años de la firma del Tratado de Adhesión de España y Portugal a las Comunidades Europeas (yay!!!).
Ha sido el reto más especial de mi carrera y estoy FELIZ. Coger el móvil después del evento y ver las decenas de mensajes de familia y amigos sumó varios puntos de alegría a la experiencia. Estoy segura de que si no hubiera comenzado esta newsletter nada de esto hubiera sido posible, así que gracias a ti también por leerme y acompañarme.
Ahora sí, vamos con la tercera hot take de la temporada. Un periodista bajo seudónimo pone sobre la mesa un runrún silencioso: los periodistas no leemos, más bien desbrozamos libros en busca de la utilidad inmediata. ¡Que la disfrutes!
*Puede que no seas periodista como tal, pero eres igualmente superbién recibido/a <3.
En el desguace de las novedades editoriales
–Eva Díaz Grey
Son muchos los fenómenos sobre los que escribimos porque nosotros mismos los reproducimos o los padecemos. Y no me refiero solo a esas piezas sobre aplicaciones para ligar o sobre el mercado del alquiler. También hablo de modos de trabajo (incluso, cuando podemos elegir, elegimos las prisas), de prácticas o de hábitos culturales (nunca se está del todo libre de sesgos) o de formas de consumo y de difusión de basura digital (a veces un análisis no necesita tantos memes o tomar un testimonio de Forocoches). Yo mismo he estado agobiado porque quería entregar cuanto antes —sin necesidad: ningún redactor jefe se enfada si ese tipo de artículos tardan un par de días más— un texto sobre la aceleración o la falta de tiempo y he enviado Whatsapps a horas intempestivas de un sábado a quienes me debían unas declas.
Está ocurriendo algo parecido con la lectura. Muchos hemos renunciado a hacer pública esa queja, como de docente resentido, sobre lo poco que leen los jóvenes (o lo poco que leen “los demás”), quizá porque los índices de lectura mejoran cada año y no queremos quedar como unos cascarrabias. Y, sin embargo, de vez en cuando alguien lo menciona en una columna (y no solo lo hacen los sospechosos habituales o los portavoces de lo boomer) y muchos lo seguimos pensando. No nos damos cuenta de que quienes ya no leemos somos nosotros mismos.
Hace un par de años, el investigador Xavier Nueno publicó en Siruela un ensayo excelente: El arte del saber ligero. Lleno de ejemplos históricos, el libro de Nueno habla sobre lo que ocurre cuando la bibliofilia no se puede contener y las bibliotecas crecen demasiado. A mí (con la casa a reventar de estanterías Billy que aparecen en todas mis pesadillas sobre mudanzas) el tema me interesa, así que pedí un ejemplar de prensa. De aquel libro leí algunas páginas intermedias que disfruté un montón, revisé atentamente prólogo y epílogo (o equivalentes) y extraje un par de citas que encajaron de refilón en algún artículo. Pero enseguida se me perdió en las profundidades de alguna de esas estanterías que amenazan, sin que él lo sepa, la integridad estructural de uno de los más preciados activos de mi casero. Ahora mismo, a un par de años de distancia de aquel proceso (casi un apuñalamiento), no sé si he leído o no El arte del saber ligero.
¿Qué hice con aquel libro? Lo que hago con tantos otros, de ensayistas tan fundamentales como Eva Illouz o Richard Sennett, pero también de amigos y de novelistas (incluso, últimamente, también lo hago con los de autoras predilectas, como Belén Gopegui). Algo que no es leerlos, sino desguazarlos como se hace con esos coches accidentados que, en conjunto, resultan inservibles, pero de los que todavía se pueden aprovechar, si se desmontan con cuidado, algunas piezas. La cuestión es que ninguno de los libros que descuartizo o disecciono es inútil como un coche de desguace, sino que más bien, el accidente lo sufrí yo cuando empecé a escribir en prensa cultural.
Ahora soy incapaz de leer. O, al menos, soy incapaz de hacer lo que recuerdo que era leer: empezar y terminar un libro en un par de días, respetando el orden que su autor y su editor le quisieron dar. Y no es tanto porque haya perdido la atención (que también), sino por una glotonería que hace que en todo busque una metáfora, un dato o un argumento para apuntalar un enfoque (sobre lo que me esté ocupando esa semana) y que, una vez encontrados, deseche el resto de la obra. Al menos ya he dejado de pedir ejemplares de prensa (que siempre me enviaron con una amabilidad enorme) para cometer estos despieces. Lo que hago ahora es bajarme los libros, con algo de culpa pirata (aunque me convenzo de que, si es por trabajo, no es pirateo, y más vale ahorrar un envío innecesario) y presionar compulsivamente Ctrl+F. Si no fueran digitales, algunos PDF (como los de esos grandes ensayos sobre sociología, moda o estética de los sesenta y setenta) estarían ya desgastados porque he recurrido a ellos decenas de veces, pero ni siquiera sé si los he recorrido enteros. Cada vez es casi nueva, meto las manos, extraigo algo distinto y me olvido del resto.
Otra cosa que exijo a mis lecturas intermitentes y entrecortadas es que tengan varios usos. Se ha discutido mucho sobre la posible utilidad de la literatura (en Francia, de Sartre a Antoine Compagnon, le han dado muchas vueltas), pero yo lo tengo claro: su utilidad aumenta cuando el mismo libro me sirve para varios artículos (aunque los separen algunos meses). La lógica se parece a aquella que inventaron los gurús del orden doméstico: nunca se debe ir de una habitación a otra con las manos vacías para aprovechar al máximo cada viaje; o a esa compulsión que en las ciudades obliga a que salir a beber signifique también salir a hacer contactos. Cuando leo sobre la quietud, sobre la calma, sobre el silencio o sobre la resonancia (como remedio contra todas las experiencias vacías), lo hago pensando en el rendimiento que voy a extraer de cada idea.
¿Y qué pasa cuando tengo que entrevistar a un autor? Más de lo mismo, aunque, a veces, ese esquema que intento trazar a base de expediciones cortas por los distintos capítulos termina llevándome más tiempo de lo que lo habría hecho una lectura lineal. Por supuesto, también sopeso su estilo a base de pequeñas catas y me pregunto si eso podría haberlo escrito yo. Pero, ¿puede ser escritor alguien que ya no lee?
De hecho, ahora me sorprenden todas esas personas que leen de verdad. En los clubes de lectura, en las presentaciones o cuando escucho un comentario de pasada en cualquier ambiente fuera del mundo editorial, descubro con envidia que sigue habiendo quien compra un libro, lo empieza y lo termina. Por mi parte, no deseo recuperar ningún viejo respeto reverencial hacia los libros. Me conformaría con sacarlos del desguace donde se secan a la intemperie, preparados para que llegue con la radial y los mutile de nuevo para extraer una cita, un alternador o el motor de arranque que pondrá en marcha el siguiente artículo. Mientras tanto, aunque parezca que continuamente estoy leyendo cosas nuevas, la verdad es que lo único que he leído es lo que leí hace mucho tiempo, entre los doce y los veinte años.
Acabas de leer Hot Takes, el formato veraniego de Fleet Street para junio. Cinco domingos, cinco opiniones sobre periodismo firmadas bajo seudónimo por periodistas invitados.
Leer a Eva Díaz Grey me ha hecho darme cuenta de la cantidad de libros que he dejado a la mitad una vez encontrado el párrafo idóneo que citar. Esa glotonería de la que habla es el signo de nuestros tiempos: la productividad en el centro del sistema. Eso explicaría por qué nuestros días están organizados en listas de to-do extensísimas. Todo, hasta la lectura, debe responder a un porqué.
Si te ha gustado esta hot take, ya sabes: dale al corazón más abajo, compártela con tu gente y deja un comentario. Me encantará saber lo que piensas.
Acompáñame en este junio caluroso a mí y a los y las periodistas que escriben en Hot Takes.
¡Nos leemos! 💌
Mar
Como disfruto estos Hot Takes!!!
Mar, respecto de los hábitos de lectura me he encontrado en una situación muy similar a la tuya, y me sigo encontrando en parte. Muchos de los libros que pasan por mis manos son sencillamente "desguazados", aunque también disfruto de este proceso, pero de lo que realmente disfruto es con la lectura pausada, de inicio a fin de muchos otros libros (y comics) que pasan por mis manos. Para ello, hace ya tiempo que decidí reeducarme en la lectura y de obligarme a ponerme delante un ereader o un libro de papel y de obligarme a leerlo aprovechando ese momento pre-morfeo nocturno o periodos vacacionales, donde un momento de lectura le añade un plus a es "no hacer nada".